Un día mientras conducia al rebaño de mi suegro por el desierto llegué hasta el monte de Dios. Allí al pie de la montaña había una zarza ardiendo, no vi nada raro porque hacía muchisimo calor pero al cabo de unos minutos la zarza seguía allí sin consumirse. Me acerqué a ella y oí como alguien me llamaba. Al principio creía que eran imaginaciones mías por el calor que estaba pasando pero le respondí a la voz y ésta me dijo: "No te acerqués aquí; quitate la sandalias, porque estas pisando tierra sagrada". Yo creía que me estaba volviendo loco entonces pregunté:
-¿Quién eres?
-Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
No podía creer lo que me estaba pasando, Yavhé se me había aparecido. Cómo señal de respeto me cubrí la cara.
-He visto lo mal que lo está pasando mi pueblo bajo el dominio de los egipcios. Los tratan como si fueran escoria y no puedo seguir tolerando eso. Tu serás el encargado de sacar a mi pueblo de la esclavitud y guiarlo hasta una tierra fértil, dónde podréis vivir con libertad. Tu misión es ir a ver al Faraón y sacar a tu pueblo de Egipto.
-Pero, ¿quién soy yo para ir a ver al Faraón y sacar a mi pueblo de Egipto?
-No tienes que preocuparte por nada, yo estaré allí contigo y como señal cuando salgais de Egipto vendreis aquí a rezar.
-Pero no me van a creer si voy y les digo que Yavhé se me ha aparecido. Me preguntarán cual es tu nombre y yo,¿que les voy a decir?
-Diles que yo soy yo. Que yo soy el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el dios de Isaac y el Dios de Jacob. Así que no pierdas el tiempo vé y reúne a los ancianos del pueblo de Israel, ellos te creeran. Diles que he visto su sufrimiento bajo el dominio del pueblo Egipcio y que tu eres el elegido para sacarles de allí y llevarles a una tierra fértil donde podrán vivir libremente. Juntos iréis a ver al rey de Egipto y le diréis que tenéis que iros a hacer un viaje de tres días por el desierto. Ya sé que no os dejará ir pero yo me encargaré de atormentar a su pueblo con maldiciones hasta que os deje marchar. Pero eso no es todo, antes de iros de allí cada mujer le pedirá a su vecina objetos de oro y plata y se las pondrá a sus hijos.
-No van a creerme…
-¿Qué llevas en la mano?-preguntó Yavhé.
-Un palo.
-Tíralo al suelo.
Lancé el cayado y se convirtió en una serpiente.
-Ahora cógela por la cola.
Yo hice lo que mi Dios decía pero estaba muy asustado y cuando la toqué volvió a ser un simple palo.
-Si no te creen enséñales estos y seguro que cambian de idea. Mete tu mano en el pecho-añadió.
La metí cuando la volví a sacar estaba blanca, cómo si tuviera lepra.
-Ahora vuelve a meterla.- lo hice y cuando la saqué había vuelto a su estado habitual.- Si no creen el primer milagro, creerán el segundo y si no lo creen cogerás agua del Jordán y cuándo la tires al suelo se volverá sangre.
-Pero Señor…yo…no tengo buen hablar…
-¿Quién ha dado una boca para hablar? ¿Quién decide quien será sordo o ciego? ¿No soy yo? Vete y haz lo que te he dicho, tu hermano Aarón te ayudará, sé que él habla muy bien. Yo estaré allí en su boca y en la tuya.
Entonces la zarza se apagó y yo no supe que hacer; tenía miedo pero Yahvé había acuadido a mi para ayudar a todos los israelitas y yo podía ignorarlo.
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